Matrosenobergefreiter Heinrich Rudolf Dick |
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(1916-1992) |
Heinrich Dick (Hein) nació, según constaba en su partida de nacimiento, el 7 de abril de 1916 en Reddentin, región de Schlawe, Pomerania. Su padre se llamaba Heinrich Rudolf y su madre Emma Pioch. Hein fue el hijo resultante de los permisos de guerra del padre, un soldado más que combatió en la primera conflagración mundial. Durante esos cuatro largos años disfrutó sólo de licencias esporádicas, de quince a veinte días cada una. La familia fue siempre numerosa. El núcleo se mantuvo unido a pesar de las distancias. Eran en total ocho hermanos: Franz, el mayor, Karl, Marie, Elisabeth, Frieda, Emma, Hein, Hein y Paul. Los hijos, ya mayores de edad, comenzaron a buscar trabajo para ayudar en la casa. En 1935 Hein se presentó, llamado a través de una cédula de reclutamiento, al Servicio Alemán de Trabajo, el RAD, en el pueblo de Alt Kolziglow. Era una imposición casi obligatoria por el término de un año para todos los jóvenes que alcanzaban cierta edad. Allí permaneció seis meses más debido a la postergación de sus obligaciones militares. Al comenzar ese tiempo suplementario fue distinguido por sus superiores con una promoción, un grado de la primera jerarquía: el de Jefe de Grupo. Tras cumplir con ese servicio correspondía la selección para la conscripción militar obligatoria. Cuando tuvo dieciocho años de edad, obedeciendo a su vocación por el mar, presentó una solicitud de ingreso a la Marina de Guerra, la Kriegsmarine. Una mañana el cartero trajo un sobre grande con el escudo de la Marina de Guerra. Hein lo abrió y encontró papeles con un membrete en forma de águila, instrucciones cortantes y lacónicas, un cartón con su nombre para abrochar en la vestimenta y un boleto de tren de tercera clase. Era el llamado de las armas. Así llegó el día de su incorporación a la Marina del Reich como voluntario, con una mezcla de entusiasmo, de intriga, por algo que creía que cambiaría de raíz su vida. En un día frío, iluminado por un sol apático y perezoso, los aspirantes llegaron a los dominios de la Quinta Unidad Escuela de Marinería de Eckernförde. Ya se sentían dueños y huéspedes de la Segunda Compañía de la Cuarto Batallón. Era el primero de abril de 1938. Recibió instrucción básica de infantería, de orden cerrado y abierto, de tiro y de justicia naval, fue vestido, equipado y armado. Inesperadamente, tras seis meses de intenso trajín, Hein cumplió su anhelo. Su jefe le comunicó su destino: el acorazado Admiral Graf Spee, surto en la boya A7 en Kiel. Le entregó un boleto de tren, un permiso de cuatro días y una lista de los elementos y vestuario que debía llevar. Pasada esa licencia y ya a metros del Buque, con inquietud y desasosiego, sentimientos que se mezclaron con la emoción, Hein descendió con pies inseguros del pequeño bote a motor y trepó a la escala que lo conducía a la cubierta principal del enorme navío. Se asomó tímidamente, con la cabeza baja, cuidando no tropezar en los últimos tramos. Sólo vio acero y más acero. Tres tubos enormes, largos, impávidos, casi obscenos lo encañonaron; era la artillería principal. Una cadena de ancla, gruesa y brillante, cubría toda la extensión desde la gatera hasta el escobén. Más arriba lo agobió la estructura del castillo principal que se erguía altivo desde el centro del Graf Spee, erizado de cables, hilos, mástiles, antenas, telémetros y reflectores. En su frente la palabra Coronel , escrita con letras góticas blancas sobre fondo negro, era otro homenaje de la marina al vicealmirante von Spee. El pabellón de guerra ondeaba lánguidamente en el mástil principal saludando la llegada de los bisoños. Sus colores rojo, negro y blanco constituían el único matiz vivo de esa amalgama de grises plomizos. El resto de los mecanismos y máquinas estaban pintados de un tono opaco, casi sombrío. La dotación del buque, suboficiales y marineros, se organizaban en diez divisiones de 120 hombres cada una. Hein fue destinado a la Primera División , la de los grandes cañones. Nunca supo si lo escogieron por orden alfabético o por su talla. Esa fue la impresión inicial pero dudaba pues la marina seleccionaba los puestos por el puntaje personal de cada uno. Y en la escuela había sido buen alumno, especialmente en las materias de artillería. Semanas más tarde, el buque zarpó. Era el 6 de octubre de 1938. El Graf Spee tomó puerto en Tánger el 16 de octubre y en Vigo el 18. En noviembre el buque pasó catorce días en la misma zona de operaciones, recalando en el puerto de Bilbao tras un fugaz regreso a Kiel. Nadie tuvo permiso ni respiro. El Spee se aprovisionó en tiempo récord y zarpó en dirección a las mismas aguas. Llegó marzo de 1939. El frío había cedido y el sol asomaba con mayor frecuencia. La orden de zarpada estaba prevista para el 22 de ese mes. El Spee habría de participar en las celebraciones del retorno al Gran Reich de la zona del Memel. Una Convención, cuyo nombre recordaba ese territorio y fuera redactada en el año 1924, imponía la transferencia de la región del Memel, nombre de un pequeño río que la atravesaba, de Prusia Oriental a Lituania. Hein participó y recibió una medalla conmemorativa. En abril y mayo se desarrollaron ejercitaciones navales más importantes. Esta vez el contingente era poderoso y la intención era evaluar las más modernas unidades en acción. La Flota , cuyo jefe era el Almirante Boehm, estaba compuesta por su buque insignia, el Admiral Graf Spee, los acorazados gemelos Deutschland y Admiral Scheer, los cruceros Köln y Leipzig, el destructor Diether von Roeder, el buque apoyo y acompañamiento de submarinos Erwin Wassner, seis submarinos tipo II y III pertenecientes a las flotillas Saltzwedel, Hundius y Wegener y sus barcos logísticos. Algunas unidades, entre ellas el Spee, pasaron amarras en Rocha Conde d`Obidos, Lisboa, el sábado 6 de mayo de 1939, a las 10 horas de una mañana resplandeciente de sol. Una brisa fuerte agitaba el pabellón y las banderolas de honor, produciendo restallidos que quebraban el silencio expectante de la rada. En la costa, mudos espectadores admiraban la poderosa armada en maniobra de amarre. El 11 de mayo por la tarde la Flota levó anclas. Quedaron atrás amores no concluidos, algunas borracheras y el deseo de volver otra vez. La escala siguiente fue Ceuta. Del 29 al 31 de mayo el Graf Spee acompañó, durante gran parte de su trayecto, a los buques que transportaban a la Legión Cóndor de regreso a Alemania. El 21 de agosto de 1939, un lunes, el día se ofrecía como una cálida y soleada jornada de verano, rara en esa región de Alemania. En el puerto y en la ciudad había poca actividad y la mayoría aprovechaba los últimos días de vacaciones. A las diecinueve horas, en medio de un silencio total y sin la presencia de autoridades ni de la banda de música que siempre presidían las festivas ceremonias de zarpada, se ordenó soltar amarras. El Graf Spee desapareció del puerto, como una sombra, dirigiéndose a través de las compuertas del canal hacia un viaje sin retorno. Sólo el Comandante conocía las órdenes pero no la suerte final que le depararía el destino, ciento dieciocho días después. Hein era uno de los más de mil tripulantes que ignoraban su porvenir. El 1ro de septiembre de 1939 el Graf Spee se encontraba en alta mar. Era la guerra. En esos meses de raídes, encuentros, huídas y misterios, el Spee hundió nueve mercantes ingleses. Antes de regresar a Alemania, su Comandante, el capitán de navío Hans Langsdorff, decidió probar suerte en el Río de la Plata. Allí se topó con tres cruceros británicos. Era el alba. Varios minutos después el acorazado alemán comenzó a recibir los primeros impactos de los ingleses. Eso lo supo Hein más tarde, pues en la torre "A" prácticamente no sintieron nada, aunque una granada británica de 8 pulgadas hizo blanco sobre la banda de estribor. Hein, sentado junto al teléfono de comunicaciones de la dirección de tiro, no alcanzó a percibir los fuertes estruendos de los proyectiles del enemigo. Todo estaba cubierto y tapado por el ruido propio de los cañones de 280 milímetros , el humo de la pólvora y los gritos del servicio de pieza. Después, entraron a Montevideo. Fueron enterrados con honores los treinta y seis caídos, y el Comandante se vio forzado a zarpar, tras cabildeos diplomáticos. Pero la decisión fue otra: salvar a la tripulación de una muerte segura. De Buenos Aires vinieron dos remolcadores y una chata. Todla marinería pasó a ellos de manera oculta, menos cuarenta hombres que quedaron a bordo. Recuerda Hein el inventario de sus pertenencias, pues sólo se permitió desembarcar con un bolso cada dos marineros: uniforme blanco puesto, pantalones y camisas azules, el "Collani", zapatos, alguna toalla, la caja de madera de los efectos personales -su compañero de bolso protestó bastante por su incómodo tamaño- algunos libros y unas pocas fotografías. El Spee zarpó y cinco millas afuera, fue volado. Los remolcadores pusieron rumbo a la Argentina y llegaron al día siguiente. Los tardíos acontecimientos son conocidos: suicidio del Comandante e internación de la tripulación. 1939 cerró de manera trágica. En 1940 se decide enviar a los marineros al interior. El 20 de marzo le tocó el turno a Hein. Juntó ropas y recuerdos y se preparó para dejar Buenos Aires. Días antes su grupo fue conducido a una gran tienda de modas de la Capital , la conocida y tradicional Gath & Chaves de Florida y Cangallo. Allí llegaron en procesión, asustando a los rancios empleados. Se sorprendieron por la grandeza del hall principal recién inaugurado, con su magnífica claraboya de brillantes vitrales. Les proveyeron dos trajes de gabardina, sombrero, camisas, corbatas y un sobretodo. Era obligación de la flamante oficina del Graf Spee, en la embajada alemana, mantenerlos bien presentables, a la moda. Viajaron en tren a Córdoba. Los alojaron en el Escuadrón de Caballería de la policía y luego, por un año, trabajaron en el interior. Un día de junio de 1942 llegó la orden de reunirse en la ciudad de Córdoba. El motivo, decía el escueto parte, era asentarse en otro valle, el de Calamuchita. Hein tuvo que despedirse de los amigos. No habría de volver sino muchos años más tarde, ya casado y con hijos, en otras circunstancias. 250 marineros empezaron a erigir la Colonia de Capilla Vieja, su nuevo hogar. Trabajaron duro, juntaron fondos, visitaban el pueblito de El Sauce (luego Villa General Belgrano), conocieron gente y se establecieron. Dejaron su impronta en ese valle, pues eran especialistas, decididos y emprendedores. En 1945 pasaron a ser prisioneros de guerra (Argentina había declarado la guerra al Eje), y del control policial se pasó a la custodia del Ejército. Ese año había conocido a Ana María Bousquet, Annie, de ascendencia mitad francesa y mitad inglesa. ¡Una curiosa combinación! Se enamoraron y casaron en septiembre. En mayo, Alemania se había rendido. Entre los prisioneros empezó a correr el rumor de que los expatriarían y así fue. En febrero de 1946, mientras los argentinos estaban de vacaciones fueron llevados a Córdoba, luego a Buenos Aires y de allí embarcados en el vapor inglés Highland Monarch. El barco tocó puerto en Montevideo, Freetown y Bilbao, para ser recibido en la boca de río Elba nada menos que por el Ajax. Tras desembarcar, fueron remitidos a un enorme campo. El Campamento H de la Zona A estaba ubicado en el cercano pueblo de Munster. Se trataba del campo de concentración más grande del norte alemán, en la Zona Británica , donde se licenciaba a los prisioneros de guerra de menor rango. Alojaba una cantidad superior al millón de detenidos y su misión era controlar, revisar y liberar la mayor cantidad de prisioneros que dispusiesen de un lugar donde alojarse. A éstos se les entregaba una documentación provisoria, una pequeña suma y un boleto de tren para el lugar de destino. Licenciado tras unas semanas, Hein se alojó en la casa de su hermana Emma, viuda con cuatro hijos. Allí se reencotró con sus padres, que habían huído del este, y algunos hermanos. Comenzó a trabajar duro en la construcción de casas y edificios. Siempre recibía cartas de Annie, paquetes con café, aceite, cigarrillos y tabaco, calzado y medias, abrigos y hasta cordones de zapatos. Tras años de tensión, logró el permiso de salida y se embarcó en el vapor argentino Entre Ríos, con un pasaje que había pagado Annie con su trabajo de maestra. Corría 1949. El reencuentro fue emotivo y tras unos días en la Capital , se encaminaron hacia Villa General Belgrano. Habían transcurrido diez años desde la batalla. Los cuarenta años restantes en la vida de Heinrich Dick fueron fructíferos: el matrimonio tuvo cuatro hijos, Hein se hizo constructor gracias a su experiencia en Alemania, luego empresario, viajaron, educaron a su descendencia y se hicieron de un nombre en la Villa. En relación al recuerdo del Graf Spee, los veteranos empezaron a reunirse, como ocurría en esos casos, y recordaron cada 20 de diciembre a su Comandante, sepultado en el cementerio alemán de Buenos Aires. A los cuarenta años, vinieron antiguos marineros neocelandeses del Achilles a rememorar aquellas jornadas. De los más de mil hombres, la mitad se radicó en Alemania y la otra en diversos países, la mayoría en Argentina. A pocos meses de cumplirse el medio siglo de aquella batalla, falleció Annie. Sin embargo, Hein se repuso para asistir a los actos en Córdoba, Montevideo y Buenos Aires. Con cierta tristeza, pero esperanzado por la promesa de su hijo Enrique Rodolfo de escribir un libro sobre su vida, se durmió para siempre el 19 de julio de 1992. El libro "Tras la estela del Graf Spee" fue publicado tres años después, para alegría de muchos y como fruto del recuerdo de aquellos muchachos de uniforme azul, jóvenes, inquietos y trabajadores que dejaron también su huella en su nueva patria. |
Heinrich Rudolf Dick
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Page published Mar. 1, 2009 |